sábado, 10 de octubre de 2009

Fragmento del "Mundo de Sofía"

Esta parte de la obra, me pareció un buen ejemplo de la postura del Comunismo y el Capitalismo, dejando a reflección un carácter extremista.

Sofía dio de comer a los pájaros y a los peces, buscó una gran hoja de lechuga para Covinda y abrió una lata de comida de gatos para Sherekan. Antes de irse, dejó el plato con la comida el gato en la escalera.
Luego se metió por el seto y cogió el sendero al otro lado. Cuando llevaba algún tiempo andando vio de repente un gran escritorio en medio de la maleza. Detrás del escritorio había un señor mayor. Parecía como si estuviera calculando algo. Sofía se le acercó y le preguntó su nombre.
El hombre ni siquiera se molestó en levantar la vista.
–Scrooge –dijo, y volvió a inclinarse sobre los papeles.
–Yo me llamo Sofía. ¿Eres un hombre de negocios?
Él asintió con la cabeza.
–E inmensamente rico. No quiero perder ni una corona,
por eso
tengo que concentrarme en la contabilidad.
–¡Qué aburrido!
Sofía le dijo adiós con la mano y prosiguió su camino.
Pero había avanzado pocos metros cuando vio a una niña que estaba sentada completamente sola debajo de uno de los altos árboles.
Iba vestida con harapos y parecía pálida y enfermiza. Al pasar Sofía, la niña metió la mano en una bolsita y sacó una caja de
cerillas.
–¿Me compras una caja de cerillas? –preguntó.
Sofía buscó en el bolsillo para ver si llevaba dinero encima. Sí,
por lo menos tenía una moneda de una corona.
–¿Cuánto cuestan?
–Una corona.
Sofía dio la moneda a la niña y se quedó parada con la caja de
cerillas en la mano.
–Eres la primera persona que me ha comprado algo en más de
cien años. Algunas veces me muero de hambre, otras me muero
congelada.
Sofía pensó que no era extraño que no vendiera cerillas ahí en el
bosque, pero luego se acordó del rico hombre de negocios al que
acababa de ver No era necesario que esa niña muriera de
hambre, cuando ese hombre tenía tanto dinero.
–Ven aquí –dijo Sofía.
Cogió a la niña de la mano y la llevó hasta el rico hombre de
negocios.
–Tendrás que procurar que esta niña tenga una vida mejor –dijo.
El hombre, sin levantar apenas la vista de los papeles, contestó:
–Eso cuesta dinero, ya te he dicho que no quiero perder ni una
sola corona.
–Pero es injusto que tú seas tan rico y que esta niña sea tan
pobre –insistió Sofía.
–¡Tonterías! La justicia sólo se practica entre iguales.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Yo empecé con las manos vacías, tiene que merecer
la pena
trabajar ¡Eso es el progreso!
–¡Por favor!
–Si no me ayudas me moriré –dijo la niña pobre.
El hombre de negocios volvió a levantar la mirada de los papeles
y golpeó la mesa con su pluma.
–No eres una partida en mi contabilidad. Vete a la casa de
beneficencia.
–Si no me ayudas, incendiaré el bosque –prosiguió la niña pobre.
Finalmente el señor de detrás del escritorio se levantó,
pero la
niña ya había encendido una cerilla y la había
acercado a unas
pajas secas, que empezaron a arder instantáneamente.
El hombre rico levantó los brazos.
–¡Socorro! –gritó–. ¡El gallo rojo está cantando!
La niña le miró con una sonrisa burlona.
–Al parecer no sabías que soy comunista.
De repente habían desaparecido la niña, el hombre de negocios y
el escritorio. Sofía se quedó sola, pero las llamas ardían cada vez
con más intensidad en la hierba seca. Intentó ahogarlas
pisándolas, y al cabo de un rato había
logrado apagar todo.
–¡Gracias a Dios! –Sofía miró las hierbas ennegrecidas.
En la mano tenía una caja de cerillas.
¿No habría sido ella misma la que provocó el incendio?